sábado, 22 de enero de 2022

Estenopo




"All change is not growth,
all movement is not forward"
 

Si te asomas,
hay una cría de 8 años con gafas
que abandera la risa como forma de conquista.

Desde fuera, 
las caídas me han dejado raspaduras en las rodillas. 
Como tierra arada; nuestros escarmientos serán flores. 

Si te asomas, 
aquí dentro, 
hay charcos de agua estancada que huelen a orín y lágrimas. 
Desolados ojos vidriosos 
y mis ganas de inundarte de mareas todas las noches.

Un niño juega con su locomotor por las calles de la ciudad Condal, 
y mientras tanto me pregunto lo cerca que habré estado de joderme la existencia. 

O si en alguna ocasión se la habré jodido yo a alguien.

Si te asomas dentro, 
hay un pintor postimpresionista tratando de pintar su dolor
fiebre amarga en todos los puntos de contacto, 
y un ímpetu que se abre paso rompiendo desde dentro las costillas.

Por fuera garabatos. Bosquejos de mirlos. Fuego descontrolado.
Motas de polvo y saliva, un león cabizbajo sin intención de atacar (o sí).

Me han dicho demasiadas veces que me calle. Por eso escribo.

Si te asomas dentro, muy dentro estoy yo.
el único yo que quiero ser.
Como el caramelo al que le quitas el plástico con la boca.

Por fuera, una celda. Escarcha nocturna que anhela recorrer tu espalda con la lengua. 
Construida con etiquetas de lo que otros esperan que sea. 
O echando en cara aquello que no pueden ser. 

Y que quizás algún día seré. 


domingo, 26 de abril de 2020

Escríbelo






Aún recuerdo su cara, se llama Macarena. O quizás no se llama Macarena; de hecho da igual porque podría llamarse Noelia, Carlota o Jacinta. Podría llamarse de cualquier manera.

Pelirroja y de tez clara, era natural de Albacete. Creció en un pequeño pueblo a las afueras de la ciudad, donde las expectativas de crecimiento profesional y personal permanecían aún lastradas por las costumbres más conservadoras, arraigadas en la familia generación tras generación. 


Cuando cumplió los veinte, con un escueto bagaje formativo y una perspectiva laboral incierta, se enamoró de un malnacido que, poco después de haberse casado con ella, empezó a maltratarla. La primera vez que le puso la mano encima, me cuenta, fue como si hubiera tenido que hacer frente al mayor cataclismo jamás desencadenado sobre la faz de la Tierra. Con el paso del tiempo, el infortunio no hizo más que agravarse; reproches, palizas, gritos, celos y ofensas diarias que tanto ella como sus hijos (pues ya tenían tres), tenían que soportar estoicamente con resignación. "¿Qué iba a hacer, si no? En mi casa siempre ha sido así", y se encoge de hombros, como si aquella percepción de la realidad que le había sido inculcada fuera la única realidad posible y no existiera otra alternativa. La habían educado –equivocadamente– para eso, para aceptar que es él quien tiene siempre potestad sobre todo y sobre todos. Que es él quien aprueba y consiente, quien impone su voluntad y, en definitiva, el pilar alrededor del cual todo gira y sin el que nada subsiste. "Me lo repetía cada día delante de los niños mientras le ponía el desayuno, que sin él no era capaz de nada, que sin él yo no era nadie"


Macarena me contó aquel día algo que quedará marcado en mi memoria para siempre. Pero para explicároslo necesito primero que sepáis lo que ocurrió unos años antes.

Una mañana, después de otra paliza e incapaz de soportar aquel calvario un día más, cogió a sus hijos y se fue al pueblo con sus padres, solo hasta que encontrara un trabajo y un techo bajo el que pudieran dormir. Algo humilde, pues los 10 años en casa soportando un continuo maltrato físico y verbal habían mermado su motivación y sus aspiraciones. Yo sé, pues me lo ha contado varias veces, del infierno que tuvo que vivir, atemorizada y apresada todos los días, creyendo otra vez, equivocadamente que no podía valerse por sí misma. "¿Denunciarle? ¿Yo a él? No, eso es algo impensable, ni se me pasa por la cabeza", me contaba siempre.

Tras huir, se buscó la vida como mejor supo hacerlo. Empezó a servir en cafeterías, a limpiar baños, a cuidar ancianos o a fregar suelos. Así día tras día pudo ir haciendo frente al pago del alquiler, las facturas y los gastos de los niños. Tras llegar a casa a horas intempestivas, lavaba, planchaba y cocinaba para sus hijos. En sus ratos libres se sentaba a leer novelas o a hacer crucigramas. Y así creció, con el paso del tiempo, forjando sus ideales, sus principios, su perspectiva del mundo en definitiva. Tras años de mucho esfuerzo, consiguió la estabilidad económica que necesitaba para dormir tranquila por las noches. Aprendió nuevas habilidades, viajó un poco y conoció a todo tipo de personas. Hizo muy buenas amistades entre las que tengo el placer de incluirme– y se conoció a sí misma, descubriendo nuevas libertades y nuevas formas de entender lo que hasta ahora había dado por sentado. Se sentía a gusto en general con su nueva vida. Y claro, seguía leyendo novelas y haciendo crucigramas en sus escasos ratos libres, dándole a sus hijos el cariño que le habían faltado a ella los últimos años. "Ojalá el miedo no me hubiera impedido tomar esta decisión tan liberadora", me contaba a punto de estallar en llanto. 
Aquella joven pelirroja y de tez clara nacida en Albacete, la misma que creyó no ser capaz de nada y que se sentía encarcelada por un miserable, se había despojado por fin de ese horrible lastre; se sentía libre, fuerte, capaz.

Como os decía antes, Maca me explica lo del otro día. Se ve que cuando estaba en la puerta del colegio esperando a sus hijos, en la acera de enfrente un hombre le pegaba a una mujer joven. Discutían a gritos y él le pegaba. Golpes en la cara, uno tras otro mientras ella lloraba e intentaba ocultarse la cara sin éxito. De pronto se vio allí, veinte años atrás, recibiendo esos mismos golpes y sintiendo ese mismo miedo. Como un acto reflejo, me cuenta, corrió hacia ellos; al verla venir, el hombre agarra del brazo a la mujer a la que maltrataba y echa a correr con ella hacia un callejón. Y mientras me lo cuenta, Macarena se queda pensativa y, una vez más, se encoge de hombros. "Solo quería hablar con la mujer, no iba a hacerles nada. Solo quería explicarle algo a ella, luego iba a irme, de verdad", dice. "Agarrarle de la carita a la muchacha y decirle: No tienes por qué soportarlo más, vete. No pasa nada, te lo prometo. Vete y deja todo esto atrás, yo lo hice y sí se puede, ¿vale?. Si de veras quieres hacerlo, vete tú también, que no pasa nada".


Cuando termina, se encoge de hombros otra vez. Se lamenta por no haber podido alcanzarles y decirle eso a aquella mujer: "Vete, no pasa nada, te lo prometo"

Tras una larga pausa mirando a un punto fijo en el suelo, me mira y asiente. Asiente repetidas veces, de hecho. "Igual puedes escribirlo tú, ¿verdad?Quizás algún día ella llegue a leerlo. Escríbelo, a lo mejor lo lee ella o alguna otra, da igual, pero tú escríbelo; lo mismo así sepan lo que quise decir".


Así que aquí me tenéis. Escribiéndolo.


martes, 14 de abril de 2020

Muros, muros, muros...



"This is the void.
We call it void not because we know it's empty
but because we do not know
what it is full of".


Strange Planet




Siento la aflicción de un golpe punzocortante,
las legañas espesas que deja una pesadilla,
el suspiro derrotista en la nuca tras la línea de meta.
La asfixia de estar encerrada en la corriente de un campo a cielo abierto.

Me acuesto boca arriba con las manos frías.
Los rasguños de una infancia hostilmente feliz en mis rodillas
y el deseo de rescatar a mi otro yo aún con vida.
Las gotas de pesadumbre solidifican antes de impactar con rabia contra el suelo.

Un tormento en frente, un monigote cabizbajo dirigido por la pena,
deshojando los pedazos que no hayan tocado fondo todavía.
Endeble y quebradiza, tan frágil y diminuta que podría esconderme en las manos de un niño.
Ojalá lodo, arcilla o barro, para colarme en el molde del olvido.
En la deriva sin timón, como diría Pucho, con riesgo de poder tomar las riendas
y hacerlo en sentido equivocado.

Me pesa el calvario, 
la podredumbre de una cicatriz mal curada.
Me marcho sin rumbo como un animal herido
y busco en la maleza una guarida en la que poder lamerme los recuerdos.
Espero, en la sombra de la incertidumbre, pero sé que la salvación no ampara al reo que aguarda en el corredor de la muerte.

Muros, muros, muros...
Y callar, callar y callar...
Observo la pena en vuestros ojos, impasible.
Pero hacéis de la vergüenza ajena un sentimiento propio
y silenciáis vuestro abatimiento, maquillando el dolor con el carmín de la arrogancia.
Ojalá el pulso no sea la única forma de determinar que seguimos con vida,
ojalá nunca la asfixia de los golpes de otros. Ni la de los nuestros.

Temblor y  claustrofobia,
pero el universo permanece imperturbable ante mi miedo.
No oséis llamarme sexo débil,
pues no es valiente a quien no le asusta el cambio, la incertidumbre o el riesgo
a quien no le aflige la nostalgia, el desconcierto y la impotencia.
Valiente
es quien se siente capaz de ponerse frente a una persona triste


y no saber qué decirle.




sábado, 21 de marzo de 2020

Inmarcesible





Ojalá sea esta sensación de eternidad,
 la que nos lleve a la tumba



Hay gente que nace para vivir grandes experiencias. 
A algunos les atropella un camión de descarga, y otros nacen con el don de ser buenos músicos o bailarines. Hay quien sabe mucho de Valle-Inclán e incluso de transbordadores espaciales, mientras otros tantos nacen para ser padres.
Yo simplemente fui creado para amarla.

El de aquel día no era un calor incómodo ni mucho menos asfixiante. Conseguía atenuarse al ir de la mano de una brisa tibia que suele traer consigo los primeros días de verano.
Azucena permanecía sentada en un banco del parque, con la espalda recostada como si tuviera que soportar el peso de una vida que nunca hubiera querido que fuera suya; su pelo bailaba al ritmo del trino de los pájaros, quizás aquellos que cantaban aquel día eran mirlos. La verdad es que nunca he logrado identificarlos, pero tampoco me importa. Recuerdo ese momento, y el tacto de la botella de Desperados en mis yemas; fue en el preciso instante en el que posó su mirada en mí cuando me precipité al abismo de mi existencia superflua, como quien lleva como único paracaídas la tenue corriente del viento.
Y mientras escribo estas líneas me pregunto si era esta la sensación que inspiró a Neruda a escupir sus sentimientos en blancas hojas de papel. La verdad es que no lo sé, pero tampoco me importa.
Me acerqué con sigilo como quien conoce lo endeble de la endereza de una mente inquieta y consciente.

Respira hondo y dame la mano, pequeña. Vamos a pasar la tarde corriendo bajo las farolas para ver cómo se pone el sol una, otra y otra vez. Podemos escuchar a Vetusta Morla las veces que quieras, hacer trabalenguas imposibles mientras comemos chuches o sentarnos en la terraza de algún bar a buscar el planeta del Principito entre sorbo y sorbo.
             
Dudas y contradicciones en un atardecer de finales de junio. Te cubres la cara mientras lloras y me hablas de miedo e incertidumbre, pero no te gusta que te consuelen. Siempre dices que de tus versos y tu apatía te encargas tú solita y no me haces caso cuando te digo que las heridas pesan y que es mejor que sanen al aire libre. Supongo que a veces tenemos esa estúpida manía de hacernos demasiado difícil la vida, o es que algunos somos expertos en rehuir de la vulnerabilidad. 

Y la verdad es que no lo sé, pero tampoco me importa.

Las calles de Madrid estaban abarrotadas; y en medio estabas tú, cogida de mi mano, bailando con la resaca que deja el llanto y sonriendo abiertamente. Dudo que alguno pensara que no eres hermosa.
Subimos a uno de esos trenes que siempre llega tarde y te empeñas en que juguemos a inventarnos la vida de los demás; por lo visto tuviste un novio de la infancia  con el que siempre lo hacías. Me dices que escoja a alguien que me llame la atención, que le ponga un trabajo, una edad, si esta soltero, viudo o casado, si sobrevivió a un cataclismo, si estuvo en una guerra e incluso dónde le gusta ser besadoSupongo que es ahí donde los deseos reprimidos afloran buscando tener la (inmerecida) potestad de ponerle etiquetas a lo que sea que desconocemos. La verdad es que no lo sé, pero tampoco me importa. Así que mi afán tremendista me llevó a la persecución de tan absurda y a la vez tan común necesidad. Al final sacamos en sucio una monja que quiere abandonar el convento por haberse enamorado del cocinero, una guitarrista que se vino a vivir aquí después de haber cometido un crimen en Nueva Zelanda, un estudiante de medicina con la habitación muy ordenada que iba a buscar a su novia a la que había dejado de querer porque usaba cubiertos de acero en la sartén antiadherente. Tú incluso encontraste al futuro presidente del Gobierno y al candidato a romperle el corazón a la vecina del cuarto.

Al salir del tren nos topamos con tanta gente que te agobias. Quieres hacerle fotos al Oso y el Madroño pero el gentío te nubla el encuadre, así que te enfurruñas y haciendo pucheritos te vas sin siquiera usar palabras vejatorias (como haces siempre que las cosas no salen como esperabas). Caminamos a cuentagotas con las manos metidas en unos bolsillos que siempre dan calor a unas manos que no son las nuestras. Un lunático nos chilla desde el balcón que ''estamos para que nos aplaudan todos los días''. Nos reímos. Mucho. Y te agarro la mano con fuerza como el que sabe que tiene que coger un avión de vuelta un domingo por la tarde.


Con tanta euforia en el cuerpo corríamos el riesgo de estallar si a alguien se le ocurría lanzarnos una colilla; la verdad que podía caer un bomba nuclear y acabar con toda la humanidad, que nos daría igual. Aunque nos cueste asumirlo no le hacemos ninguna falta al mundo y bienaventurado aquel al que el fin de los tiempos le pille bailando.
Volvemos al parque, y con nuestra mirada de complicidad agradecemos que todos aquellos niños que revolotean y gritan alocadamente no sean nuestros.

Recuerdo ese momento, y el tacto de la botella de Desperados en mis yemas; fue en el preciso instante en el que me esquivó con su mirada y giró la cara hacia otro lado cuando me precipité al abismo de mi existencia superflua, como quien lleva como único paracaídas la tenue corriente del viento. 
Entenderéis que no cabía la posibilidad de sobrevivir y, como era de esperar, acabé tocando fondo y rompiéndome en mil pedazos.

Y mientras escribo estas líneas pienso en mis pedazos calientes esparcidos por las frías aceras de Madrid, y me pregunto quién limpiaría entonces todo aquel puto desastre.

La verdad es que no lo sé,

pero tampoco me importa.

martes, 10 de julio de 2018

Mi más sentido quédate





                                                                                "Un puente no se sostiene de un solo lado"  

                                                                                                 "Rayuela", Julio Cortázar    

                                                                                                                                       


Permíteme que te confiese un secreto,


Cuentan las buenas lenguas que tiempo atrás, durante una primavera templada, vivía en una casa de piedra junto al mar uno de esos poetas de zapatos claros y escarcha en el pelo. Amaba el verso y el sol, el blues en vinilo antes de dormir y el vino tinto en taza de arcilla. Pero por encima de todas las cosas, amaba a Nostalgia, inconstante pero incesante mujer de manos frías y sonrisa traviesa.
Hizo de ella su musa, y a cambio le tatuó aves en la sien para que no le faltaran alas a sus pensamientos. Besó su vientre y le enseñó a reír y cantar, cualquier cosa que le hiciera abrir la boca para balancearse en sus cuerdas vocales; y todo lo de fuera se hizo ajeno, mientras pintaba color miel los cuartetos en servilletas de sobremesa.
Hizo de ella su folio en blanco de emergencia contra la torpeza. Y cuando la inspiración faltaba, deshacían relojes para matar el tiempo, y era así como deslumbraban los halos en el manto de un cuco vestido de luto. Cuentan también que no dormían, pues el insomnio guardaba los recuerdos de sus noches en vela. Y eso era bien, pues en el fondo todos olvidamos las cosas bellas que soñamos.

Pero la rutina no alcanzaba para comerse el mundo, y como el amor nunca deja propina, el poeta y su amada empezaron a sentir hambre.
Un día grisáceo de invierno fue testigo de cómo el alumbrado se desvanecía, y el rocío se escapó entre los dedos del ingenuo poeta, clavándole en las yemas sus frías caricias. Y así fue como finalmente Nostalgia cambió Arte por Dinero, y nunca más hubo musa que durmiera desnuda entre las sábanas blancas de su cama.

Ahora frente al mar rabioso asoma la gripe de una ola que cubre la tierra yerma de cal. Dicen incluso que llegó a oír su propio llanto a través de las caracolas, y que sus ojos verdes quedaron teñidos de oscura tinta que corría presurosa del tintero derramado tras el portazo. Jamás volvió a mirar de frente, pues "le entró una Nostalgia en el ojo", y antes de dormir, tenía que asegurarse de que no hubiera una Nostalgia bajo la cama o en el armario. Aferrado a otros vicios, dejó de fumar, pues el tabaco "podía generar Nostalgia en su salud y en la de los que le rodean". Y así, tocado y hundido en los surcos de la mano del desconsuelo, el poeta no fue capaz de volver a escribir.
La tristeza y el desamparo de sus ideas quedaron prendadas a sus finas costillas de marfil, y no fue hasta el tercer otoño que descubrió que el papel en blanco a veces nos escu(l)pe de vuelta lo que no somos.

El primer día de verano, el destino formuló nuestro encuentro, y sentí pena pues el valle de lágrimas no le permitía vislumbrar mi silueta. Crédulo, tenía la vulnerabilidad a flor de piel, pero le prometí que estaría en las buenas y en las balas, así que se la quise arrancar.
Nuestro poeta cobró el verde de sus ojos, dejó de buscar y fue entonces cuando pudo encontrarse. Comprendió

La belleza de lo efímero,
los placeres inacabados,
los viajes no realizados.

La admiración en la envidia, 
el sabor dulce del veneno, 
el triunfo de la vejez.

El amor por lo desconocido,
la emoción en la incertidumbre,
la delicadeza de lo vulgar.

La persona que crees ser, 
el cosquilleo en el ardor,
y un grito sordo en el peligro.

Y no diré que el poeta fue feliz y comió perdices. Pero afirman que aprendió que no es pérdida todo lo que se pierde, y que el no ganar no siempre implica que perdamos.
Que aunque tenía los brazos llenos de vacíos, solo existe ausencia cuando extrañamos.
Aprendió también que el extravío no es real cuando nos tenemos a nosotros mismos pero sobretodo, aprendió que 'lo que no se comparte no de huella ni Nostalgia', así que esperó a que el blues del vinilo disipara la embriaguez del vino tinto en vaso de arcilla y escribió. En la excitante soledad del silencio, escribió.
Escribió una y otra vez y, de hecho, cuentan por ahí que jamás dejó de hacerlo.

Y yo entendí que en cierto modo, eso es lo más cerca que uno puede estar del cielo.


martes, 15 de mayo de 2018

Al cerrar los ojos





"¿De verdad crees que la Luna no está si no la miro?"

Albert Einstein




A pesar de que la habitación estaba a oscuras sus ojos entreabiertos fueron capaces de vislumbrar el contorno que reposaba en la obscuridad gracias a las motas de luz que entraban a través de las rendijas de la persiana.

—No oses moverte, niña— musitó una voz grave.


Su diminuto cuerpo yacía tumbado ante el asombro, y una fuerza hasta entonces desconocida se batallaba con su mente impidiéndola reaccionar; fue como si permaneciera anclado, atado dócilmente a su cama bajo la influencia de aquellas palabras. Palabras breves, colmadas de una amenaza todavía latente pero acechante.

—¿Qué es lo que buscas?—dijo la joven, tratando de enderezarse—. De seguro nada de lo que ansías puedo ofrecerte.

—¿Acaso muestro indicios de andar en busca de algo?— y añadió con un tono cargado de sorna—: De hacerlo, ya lo habría encontrado.

La voz de aquel ser abstracto e indescifrable no escondía precisamente un ferviente afecto por ella, y sus anhelantes ojos brillaban crepitando en la oscuridad frente a su cama. Se sentía tan desorientada que por un momento creyó estar muerta, siendo transportada en la barca de Caronte en el inframundo. Su instinto la advertía del peligro.

—No resultas lo suficientemente intimdante. Jamás me aterrará la presencia de un ente irreal— mintió ella mientras rezaba en voz muy baja.

—¿A quién pretendes engañar, pequeña insensata? En la atmósfera del cuarto puedo palpar el torrente de espanto apoderándose de tu ser—.

La aparición se acercó a ella lentamente, y solo entonces pudo notar su gélido aliento acariciándole las pestañas. Era así, tal y como lo recordaba, tal y como lo había enfrentado una y otra vez en sus sueños. Justo el aura asfixiante de aquel espíritu que durante tanto tiempo se había ocultado en el sopor de sus noches como un espejismo, como un mal augurio, una manifestación de sus miedos más profundos...
Sus sentidos hacían tangible la presencia de aquello que causaba su espanto, mas sus intentos por descifrar la forma en la que relataría tal desdicha -si acaso tenía la oportunidad de hacerlo- hicieron brotar la mas solemne de las reflexiones.

—No hay pánico, pues no se puede temer a aquello que no existe. Lo mucho que te aproximes no alcanzará a aterrarme— siseó al tiempo que se le helaba la sangre en las venas.

—No luches en vano, querida. Estás alargando la caída del telón y a mí no me enseñaron a jugar con mis víctimas— pareció escupir sus palabras, colmadas de resentimiento.

Se incorporó lentamente desenvolviéndose entre las sábanas como un caramelo derretido. Presa y cazador, cara a cara sumidos en la más siniestra intimidad. Ante el peligro, la joven cerró los ojos con fuerza y sintió que volvía a nacer. 
En vista de que aquella aparición lograba sobrepasar los límites de la imaginación de cualquiera que se propusiera imaginarlo, la joven tomó consciencia de que quizás la naturaleza de la realidad en la que existimos esté siendo generada por nuestra percepción de la misma. Ahí sentada llegó a la liberadora conclusión de que la realidad en la que vivía aquella madrugada estaba siendo creada por el simple hecho de estar mirándola y que, por tanto, existía en la medida en la que la enfrentaba estoicamente con la mirada.

—Eres tan insignificante que apenas existes si no te miro— se atrevió a espetar la muchacha valientemente.

Al no obtener respuesta, puso de manifiesto lo que para ella era completamente inefable, algo absurdo que desafiaba las leyes de la lógica: ¿los sucesos son y no son? ¿están y no están? O lo que es lo mismo, ¿no existen y lo son todo a la vez?
La angustia se mitigaba cuando permanecía sigilosa con los ojos cerrados, y esto ponía en entredicho la veracidad del ser demoníaco que se proponía perturbar su sueño aquella madrugada pues, si su mirada no se posaba sobre él, quedaba en un estado de indefinición constante y nadie excepto sus sentidos podían corroborar su existencia.

Sus ojos permanecían cerrados mientras intentaba recostarse de nuevo con cuidado, quedando sumida en un plácido sueño del que quién sabe si algún día llegó a despertar con vida pues, 

¿De verdad creéis que las cosas no están si no las miramos de frente?.


Estenopo

"All change is not growth, all movement is not forward"   Si te asomas, hay una cría de 8 años con gafas que abandera la risa como...