sábado, 21 de marzo de 2020

Inmarcesible





Ojalá sea esta sensación de eternidad,
 la que nos lleve a la tumba



Hay gente que nace para vivir grandes experiencias. 
A algunos les atropella un camión de descarga, y otros nacen con el don de ser buenos músicos o bailarines. Hay quien sabe mucho de Valle-Inclán e incluso de transbordadores espaciales, mientras otros tantos nacen para ser padres.
Yo simplemente fui creado para amarla.

El de aquel día no era un calor incómodo ni mucho menos asfixiante. Conseguía atenuarse al ir de la mano de una brisa tibia que suele traer consigo los primeros días de verano.
Azucena permanecía sentada en un banco del parque, con la espalda recostada como si tuviera que soportar el peso de una vida que nunca hubiera querido que fuera suya; su pelo bailaba al ritmo del trino de los pájaros, quizás aquellos que cantaban aquel día eran mirlos. La verdad es que nunca he logrado identificarlos, pero tampoco me importa. Recuerdo ese momento, y el tacto de la botella de Desperados en mis yemas; fue en el preciso instante en el que posó su mirada en mí cuando me precipité al abismo de mi existencia superflua, como quien lleva como único paracaídas la tenue corriente del viento.
Y mientras escribo estas líneas me pregunto si era esta la sensación que inspiró a Neruda a escupir sus sentimientos en blancas hojas de papel. La verdad es que no lo sé, pero tampoco me importa.
Me acerqué con sigilo como quien conoce lo endeble de la endereza de una mente inquieta y consciente.

Respira hondo y dame la mano, pequeña. Vamos a pasar la tarde corriendo bajo las farolas para ver cómo se pone el sol una, otra y otra vez. Podemos escuchar a Vetusta Morla las veces que quieras, hacer trabalenguas imposibles mientras comemos chuches o sentarnos en la terraza de algún bar a buscar el planeta del Principito entre sorbo y sorbo.
             
Dudas y contradicciones en un atardecer de finales de junio. Te cubres la cara mientras lloras y me hablas de miedo e incertidumbre, pero no te gusta que te consuelen. Siempre dices que de tus versos y tu apatía te encargas tú solita y no me haces caso cuando te digo que las heridas pesan y que es mejor que sanen al aire libre. Supongo que a veces tenemos esa estúpida manía de hacernos demasiado difícil la vida, o es que algunos somos expertos en rehuir de la vulnerabilidad. 

Y la verdad es que no lo sé, pero tampoco me importa.

Las calles de Madrid estaban abarrotadas; y en medio estabas tú, cogida de mi mano, bailando con la resaca que deja el llanto y sonriendo abiertamente. Dudo que alguno pensara que no eres hermosa.
Subimos a uno de esos trenes que siempre llega tarde y te empeñas en que juguemos a inventarnos la vida de los demás; por lo visto tuviste un novio de la infancia  con el que siempre lo hacías. Me dices que escoja a alguien que me llame la atención, que le ponga un trabajo, una edad, si esta soltero, viudo o casado, si sobrevivió a un cataclismo, si estuvo en una guerra e incluso dónde le gusta ser besadoSupongo que es ahí donde los deseos reprimidos afloran buscando tener la (inmerecida) potestad de ponerle etiquetas a lo que sea que desconocemos. La verdad es que no lo sé, pero tampoco me importa. Así que mi afán tremendista me llevó a la persecución de tan absurda y a la vez tan común necesidad. Al final sacamos en sucio una monja que quiere abandonar el convento por haberse enamorado del cocinero, una guitarrista que se vino a vivir aquí después de haber cometido un crimen en Nueva Zelanda, un estudiante de medicina con la habitación muy ordenada que iba a buscar a su novia a la que había dejado de querer porque usaba cubiertos de acero en la sartén antiadherente. Tú incluso encontraste al futuro presidente del Gobierno y al candidato a romperle el corazón a la vecina del cuarto.

Al salir del tren nos topamos con tanta gente que te agobias. Quieres hacerle fotos al Oso y el Madroño pero el gentío te nubla el encuadre, así que te enfurruñas y haciendo pucheritos te vas sin siquiera usar palabras vejatorias (como haces siempre que las cosas no salen como esperabas). Caminamos a cuentagotas con las manos metidas en unos bolsillos que siempre dan calor a unas manos que no son las nuestras. Un lunático nos chilla desde el balcón que ''estamos para que nos aplaudan todos los días''. Nos reímos. Mucho. Y te agarro la mano con fuerza como el que sabe que tiene que coger un avión de vuelta un domingo por la tarde.


Con tanta euforia en el cuerpo corríamos el riesgo de estallar si a alguien se le ocurría lanzarnos una colilla; la verdad que podía caer un bomba nuclear y acabar con toda la humanidad, que nos daría igual. Aunque nos cueste asumirlo no le hacemos ninguna falta al mundo y bienaventurado aquel al que el fin de los tiempos le pille bailando.
Volvemos al parque, y con nuestra mirada de complicidad agradecemos que todos aquellos niños que revolotean y gritan alocadamente no sean nuestros.

Recuerdo ese momento, y el tacto de la botella de Desperados en mis yemas; fue en el preciso instante en el que me esquivó con su mirada y giró la cara hacia otro lado cuando me precipité al abismo de mi existencia superflua, como quien lleva como único paracaídas la tenue corriente del viento. 
Entenderéis que no cabía la posibilidad de sobrevivir y, como era de esperar, acabé tocando fondo y rompiéndome en mil pedazos.

Y mientras escribo estas líneas pienso en mis pedazos calientes esparcidos por las frías aceras de Madrid, y me pregunto quién limpiaría entonces todo aquel puto desastre.

La verdad es que no lo sé,

pero tampoco me importa.

Estenopo

"All change is not growth, all movement is not forward"   Si te asomas, hay una cría de 8 años con gafas que abandera la risa como...